domingo, 12 de julio de 2009

Pues si se trata de hablar de España, de los españoles, de vosotros, parece que lo procedente es comenzar haciendo un análisis del sistema político en el que vivimos.
Esto es una democracia. Peculiar, muy peculiar, pero democracia
(bueno, ya veremos).
En 1978 aprobamos, muy ilusionados, una Constitución que es algo así como la Ley súper y que marca el espíritu que debe definir todo el conjunto de las otras leyes que son las que regulan nuestra vida diaria. Como tiene que ser, pues un Estado verdaderamente democrático es aquel que está sujeto a eso que la gente solemnemente cursi llama “el Imperio de la Ley”, aunque conviene añadir algo más, igual de importante y es que esa Ley debe ser justa y estar aplicada con criterios de honesta justicia, cosa que no está muy clara.
La aprobamos, digo, con verdadera esperanza, esperanza de que con ella llegaba la democracia. Y así fue. En un santiamén desapareció el sistema anterior hasta el punto de que alguien muy relevante en el antiguo Movimiento Nacional (los jóvenes quizá no sepáis lo que es esto, pero vuestros padres seguro que si que lo saben), se convirtió en el primer Presidente del Gobierno de España después de la dictadura.
En su redacción intervinieron representantes de todos los partidos políticos legalmente constituidos. Son los llamados (seguimos con las cursilerías) “Padres de la Constitución”. Pues estos Padres, acabada su labor, quedaron tan ufanos que su satisfacción no les cabía en el cuerpo, a tal nivel que en años posteriores, en celebraciones de aniversario, se les rindieron homenajes varios, con discursos y fotos y demás.
Por respeto a vosotros no me atrevo a calificar su labor como el resultado de una necesidad fisiológica. Esta Constitución tan alabada, tan traida, tan llevada, fue la cinta de salida de la carrera hacia la destrucción de nuestro pais, de su unidad, tan trabajosamente conseguida siglos atrás. El llamado (vaya dia que llevamos de horteradas) “Estado de las Autonomías” inoculó en el corazón mismo de la nación, la primera célula cancerosa que se ha convertido en el monstruoso tumor que va a acabar con nosotros.
En los últimos años setenta todo lo que deseaban los nacionalistas era que se les permitiera colocar su bandera en edificios públicos como Ayuntamientos y Diputaciones. Pues no. En un alarde de estúpida generosidad se crearon 17 miniestados con Parlamento propio, Gobierno propio y competencias asumidas en los años siguientes, unos más deprisa y otros más despacio. Había que dejar contentos a todos y la derecha, con tal de no ser identificada con el régimen anterior, cedió gustosa a cuantas sugerencias pudieron hacer e hicieron los grupos nacionalistas, que no terminaban de creerse tamaña lotería. Bien está que cedieran, pero no tanto.
Con el pasar de los años hemos llegado a lo que somos hoy, que mejor sería decir a lo que no somos hoy. La norma fundamental ha alentado el odio a España, ha propiciado la división entre nosotros, ha creado una clase política infinita, ha multiplicado hasta lo inexplicable el número de funcionarios, nos ha roto como pais unido y fuerte, ha alimentado la insolidaridad con una absoluta desfachatez en las exigencias de unos contra los otros, ha empobrecido al pais de forma absurda. Y aquí no puedo bromear. Esto es muy serio
Las 17 Comunidades Autónomas son un engendro inútil del que pienso que no vamos a salir nunca. Yo no lo veré, ni vosotros tampoco. Quizá nuestros hijos o nietos sean más listos que nosotros y les guste vivir de manera normal. No lo se. Con la excusa de la descentralización de la burocracia administrativa, hemos conseguido que un español no pueda estudiar ni aún hablar en su propio idioma. Es tal el absurdo que en Europa no se lo creen. Piensan que bromeamos. Los excesos que admite nuestra situación política han conseguido lo que parecía imposible y es que la propia Constitución haya dejado de tener vigencia. Ya no vale. Hay legislación autonómica (preguntad a los catalanes) que está por encima de la Ley máxima. Aunque la verdad, tampoco parece tan malo (no hay mal que por bien no venga) que con ello se consiga la modificación de una norma que considera al Jefe del Estado por encima de la Ley, impune a ella haga lo que haga, como si de un subnormal o un subdios se tratase. Y los “Padres de la Constitución”, encantados de haberse conocido. ¿Es esto democracia? No lo parece.


Junio 2009

Diógenes

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